Sigüenza, la joya de Guadalajara
Visitar Sigüenza en descubrir unas de las ciudades españolas con más historia, que posee vestigios de antiguos pobladores como celtas, romanos, visigodos y árabes, pero donde se impone el estilo medieval.
Pero para llegar al Castillo, a la fortaleza, a ese edificio peculiar símbolo de varias culturas, hay que pasar antes por alguna de las puertas que formaban la muralla defensiva de esta población que servía de baluarte de la soriana Medinaceli, donde comenzaba la frontera más importante árabe en la Península, la Marca Media.
Cada una con su historia, la Puerta el Toril, situada junto a los soportales de la Plaza Mayor; la Puerta del Sol, por donde se accede al camino empedrado que bordea la ciudad; la del Hierro, ahí es donde se cobraba el impuesto de mercancías. Tiene una hornacina donde reposa una imagen de la Inmaculada Concepción; el Portal Mayor, resultado de una ampliación de la muralla del siglo XIV, con arco de medio punto, y una imagen de la Virgen de la Victoria sobre ella.
En esta ocasión, no es de murallas o de casas blasonadas y calles empedradas por las que subir al castillo o de los edificios sacros, entre ellos la catedral, que comenzó a levantarse en el siglo XII como fortaleza defensiva de estilo románico y que a lo largo de sus obras ha recibido el impacto y el recuerdo de varios estilos arquitectónicos, de lo que queremos hablarles; Esta vez vamos a ir directamente a conocer dos historias, quizás leyendas, que se encuentran unidas a Sigüenza y que por tan sólo ellas ya merece esta población recibir una visita.
La primera historia tiene que ver con la Catedral, y tras admirar la belleza del altar mayor, del coro y de la sacristía, hay que pararse ante la Capilla de Santa Catalina, donde descansan los restos de Martín Vázquez de Arce, el Doncel, bajo una estatua de alabastro del personaje leyendo un libro.
Dice la tradición que, abandonando los estudios de Salamanca por un amor no correspondido, Martín Vázquez acudió con su padre al campo de la Reina Isabel la Católica, y se comprometió con ella en combatir a los musulmanes por la reconquista de Granada. Falleciendo en el combate, instantes antes de morir fue recogido herido de gravedad por su padre, a quien pudo dictar sus últimas voluntades. Allí, en el mismo campo de batalla le pidió que llevase a su hermano por el camino de los libros y no por el militar, que le levantasen un mausoleo en la catedral de Sigüenza y que sobre él pusieran su efigie con un libro en las manos.
La otra historia, es la que tiene como protagonista a esa impresionante fortaleza que se divisa coronando la población, y que la ha defendido desde tiempos inmemoriales, pues, construida por los romanos y arruinada, sobre estos restos se elevó un castillo visigodo en el siglo V, y más tarde una impresionante construcción defensiva musulmana. Hoy en día, tal y como se ve, es posterior, ya de época cristiana tras la Reconquista. En su interior se sitúa el Parador de Sigüenza, y por sus pasillos recorre el alma en pena, el espíritu de una reina de Castilla y León que nunca pudo reinar: Blanca de Castilla.
Blanca, hija de Pedro I, duque de Borbón y sobrina del rey de Francia, Carlos IV el Hermoso, fue elegida para casarse con Pedro I el Cruel, rey de Castilla y León, y así culminar la alianza entre ambos reinos, sobre todo en un momento en que el hermanastro del rey castellano, Enrique de Trastamara se preparaba para disputarle el reino.
Era el año 1353 y una joven de apenas 15 años se presentó en Castilla. La boda tuvo lugar pero nunca se consumó, dado que Pedro I el Cruel la repudió después de la ceremonia y se marchó con su amante María de Padilla, no sin antes ordenar que la reina fuese encerrada en el Castillo del Obispo de Sigüenza. Allí permaneció más de cuatro años, hasta que la situación de guerra con Enrique fue cada vez más violenta. Temiendo que los nobles partidarios de su hermanastro fuesen a buscar a Blanca como reina que era para ponerla en su contra, ordenó que la asesinaran el año 1361. Aunque la muerte de la joven no acaeció en Sigüenza, se dice que su espíritu regresó a aquel primer lugar donde estuvo prisionera, y que, durante la noche, sobre todo aquellas que tienen que ver con los días de su llegada al mismo, recorre los pasillos del castillo. No se la oye, no hay quejidos, pero se deja ver con semblante lastimero.
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